Lo que Chile está haciendo para controlar el coronavirus no está funcionando. Estamos iniciando la cuarta semana de cuarentena y los casos diarios no bajan, quedando ad portas del top 10 de países con mayor número de contagios por millón de habitantes, superando a China e Italia. Peor aun, el número de fallecidos se incrementa cada día. De cumplirse las proyecciones realizadas por la Universidad de Washington, para el 28 de julio alcanzaríamos 238 muertos diarios, pudiendo llegar a un dramático acumulado de casi 10 mil decesos. O sea, proporcionalmente, los mismos números de Italia.
La estrategia del gobierno se ha basado en aumentar el número de exámenes y en incrementar la cantidad de ventiladores mecánicos. En esto último, ha desplegado su mayor esfuerzo y ha logrado sus mayores éxitos. Si no se hubiesen triplicado las camas críticas, el número de fallecidos sin duda sería aun mayor.
Pero, ¿dónde hemos fallado? Para controlar una pandemia que se transmite por gotas de saliva, expelidas al toser o hablar, no sirve solamente detectar a un contagiado. Para evitar la propagación, hay que aislarlo a él y a sus contactos. Esto en Chile no se ha hecho con determinación.
Nueva Zelanda se dio cuenta de que la cuarentena total era necesaria, pero también que no era una solución sostenible en el tiempo. Para salir de ella se propusieron que 80% de los enfermos recibieran el resultado de su examen en 24 horas y que 80% de sus contactos estuviera aislado antes de dos días. Establecer metas, medirlas y hacerlas transparentes, les permitió volver a la normalidad.
¿En qué estamos en Chile? El tiempo de diagnóstico aun falla y no hay una estadística pública sobre tiempo de entrega de resultados PCR. Varios reportes hablan de demoras de hasta una semana, tiempo valioso en que cada enfermo se desplaza contagiando a otros.
Chile tampoco publica cuantos de los contactos de un enfermo se ubican cada día. Este trabajo de call center es clave para detener el avance del Covid-19. Según lo ha revelado Ciper, se estima que 11 mil contactos quedan sin llamar cada día. Esto no sorprende. En Santiago, este trabajo lo hacen solo 100 funcionarios. En Wuhan (China), para 11 millones de habitantes, el trazado de contactos lo hacían más de 9.000 personas.
Y también fallamos en aislar. El pasado 21 de marzo, cuando solo había 434 casos, el Consejo Asesor sostenía que: “sobre el 90% de los enfermos no está aislado en recintos asistenciales o bajo supervisión de personal sanitario, manteniendo riesgo de diseminación a las familias y a la comunidad”.
Si consideramos además las cifras de pobreza en Chile, cientos de miles no disponen de una pieza y un baño para ellos solos en caso de tener coronavirus. Es decir, aún quedándose en casa, el hacinamiento provoca que la enfermedad se propague a toda la familia.
El cambio de estrategia es urgente. Es lo que junto a más de 50 personas del mundo de las ciencias le propusimos al Presidente Piñera: tomar todas las medidas para frenar la cadena de transmisión. Es decir, aislar a la mayor cantidad de enfermos tanto en sus casas como en residencias sanitarias; llamar a sus contactos y aislarlos; entregar recursos para que no salgan a trabajar y tener a miles haciendo seguimiento telefónico.
La receta parece simple, pero no lo es. Hemos visto esta semana que se han tomado medidas y que se requiere decisión política y recursos para evitar la catástrofe que se avecina. El cambio de ruta debe ser ahora, antes de que sea demasiado tarde.
Por Juan Carlos Said, Fundación América Transparente