El desarrollo de vacunas para coronavirus ha sido prácticamente un milagro: en menos de seis meses desde la aparición del virus en China, se logró secuenciar su material genético e iniciar pruebas para vacunas. Gracias a ello, actualmente existen alrededor de ciento cincuenta vacunas en desarrollo para SARS-CoV-2 en distintas partes del mundo. Esto ha generado gran expectativa de que una vacuna va a estar pronto disponible en Chile, quizás antes de fin de año. Pero si bien hay motivos para estar expectantes, tampoco hay que caer en un optimismo extremo, sin asidero en la realidad.
Hace no mucho el promedio de tiempo para desarrollar una vacuna era de diez años o más. Es un proceso que requiere inicialmente estudios preclínicos en animales y estudios llamados fase 1 y 2 en pequeños grupos de personas. Por eso, parece increíble que en menos de un año veinte vacunas para SARS-Cov2 han superado estas etapas iniciales y se encuentran en fase 3, es decir, cuando la vacuna se prueba en grandes grupos de personas. Estos grupos pueden ir de un mínimo de aproximadamente 3.000 hasta tanto como 80.000 pacientes, para ver si efectivamente previene la infección por coronavirus o sus complicaciones.
Y aquí es dónde viene la “zancadilla” al excesivo optimismo. Por su naturaleza, estos estudios usualmente toman al menos un año y no siempre logran los resultados esperados. Algunas vacunas que llegan a esta etapa resultan poco efectivas o presentan efectos adversos. Más aún, en caso de que estos estudios se completaran exitosamente, hay que sumar un tiempo adicional para realizar la producción y distribución a escala planetaria. En caso del coronavirus, hablamos de un esfuerzo sin precedentes.
Chile no produce vacunas, y los grandes productores de éstas son también países sumamente afectados por la pandemia: China, India, USA y Brasil. Así, en un contexto internacional de altísima competencia, es muy probable que estos países prioricen sus mercados locales, dejando para el final a países más pequeños, como Chile.
Así pues, parece razonable estimar que para que nuestro país disponga de todas las vacunas que requiere –unos 10 millones de dosis en una primera fase- podrían fácilmente pasar uno a un año y medio, en el mejor de los escenarios. Es más, por las características del virus, es probable que la vacuna disminuya las infecciones graves, pero no prevenga 100% el riesgo de contagio, así como sucede con la influenza (enfermedad que mata hasta 650.000 personas cada año, según estimaciones de la Organización Mundial de la Salud, a pesar de existir una vacuna).
Por todo lo anterior, centrar todas nuestras esperanzas de retorno a las actividades sociales y productivas en una vacuna es una apuesta riesgosa. ¿Qué puede hacer Chile, entonces? No se trata de perder la esperanza de que una vacuna se desarrolle exitosamente, sino de trabajar como si no existiera la posibilidad de una vacuna, promoviendo las estrategias que permitan cortar la cadena de contagio, para reducir el impacto de la enfermedad en vidas y economía.
Medidas de salud pública como disponer de gran cantidad de exámenes, entregar los resultados de estos en forma oportuna y ubicar a los contactos rápidamente (antes de 48 horas), aislando efectivamente a enfermos en residencias sanitarias, siguen siendo los elementos claves para enfrentar esta crisis. Del mismo modo, es importante que las personas y las empresas generen estrategias de largo plazo, que les permitan convivir con el virus, promoviendo uso de mascarillas, aseo frecuente de manos, distanciamiento físico y medidas de sanitización. El virus no se va a ir pronto y la vacuna no llegará tan rápido como quisiéramos. Adaptarse, en este caso, es un asunto de vida o muerte.
Por Juan Carlos Said, Eugenio Zalaquett.