Luego de más de un año de evolución de la pandemia en Chile, el país se encuentra en su peor momento epidemiológico. El número de contagios diarios supera al peak de julio del 2020 y los hospitalizados por Covid-19 en unidades de cuidados intensivos alcanzan el mayor número de toda la pandemia (3.218). En la Región Metropolitana queda apenas una cama crítica disponible por comuna, y la situación es tan grave que el gobierno se vio obligado a decretar una nueva cuarentena, Contra la opinión de  partidos de su propia coalición.

 El diagnóstico es que estamos mal, no hay otra lectura. Es necesario ser pragmáticos y asumir que la estrategia implementada no funcionó y que se necesita un cambio. Lo contrario es un signo de locura: pensar que se pueden obtener resultados distintos, haciendo una y otra vez lo mismo.

 La estrategia chilena de control de la pandemia se ha basado hasta el momento en intentar contener el contagio con cuarentenas de duración variable, sin objetivos claros, no muy intensas, con apoyo económico tardío y una trazabilidad  (capacidad de ubicar contactos y aislarlos) que no cumple ningún estándar internacional de calidad. A esto se ha sumado la vacunación. El objetivo implícito detrás de estas acciones pareciera ser asumir que este virus no puede ser eliminado y que tenemos que convivir con él, reduciendo el daño a la economía, salvando el mayor número posible de vidas.

 Desgraciadamente, los países que han optado por “convivir” con el virus por la vía de cuarentenas intermitentes (Ej: Reino Unido), han tenido más fallecidos y han experimentado más daño a su economía que aquellos que han buscado erradicarlo (Ej: Corea del Sur, Taiwan, Japón, Nueva Zelanda), dado la persistente incertidumbre económica que generan las cuarentenas intermitentes para el comercio.

 Más aún, la aparición de nuevas variantes, que afectan gravemente a población más joven y el hecho de que algunas de estas variantes parecieran ser resistentes a vacunas (variante sudafricana y vacuna Astrazeneca, por ejemplo), hacen pensar que si Chile no progresa en un intento serio de eliminar este virus, la enfermedad  podría convertirse en endémica, generando un número constante muy elevado de casos, con rebrotes sucesivos por varios meses (e incluso años), que implicaría incremento persistente de mortalidad y un daño crónico a la economía.

 Este fenómeno no es nuevo. Las enfermedades infecciosas endémicas, como en el África Sub-Sahariana lo es la Malaria, son una fuente de pobreza, que reduce en hasta un 3% el PIB de dichos países. El Covid-19 podría pasar a ser nuestra Malaria: una fuente crónica de miseria.

 Dado lo anterior, nuestra estrategia debe cambiar. Lo primero es que debemos olvidarnos de la inmunidad de rebaño: la idea de que debemos vacunar a un porcentaje de la población y el resto queda relativamente protegido, acostumbrándonos a un número “razonable” de contagios. Muy por el contrario, la meta debe ser vacunar al 100 % de la población, adultos y niños (para cuya edad haya vacunas autorizadas por el ISP), buscando eliminar el virus en una estrategia llamada “Cero Covid-19”. Este esfuerzo debe retomar la épica y compromiso nacional que en el pasado tuvieron las exitosas campañas para erradicar la Polio y el Sarampión.

 

Para lo anterior, es clave que esta vacunación se realice con vacunas altamente efectivas. Sabemos que Sinovac es una muy buena vacuna para reducir riesgo de fallecer y hospitalizarse (y es clave reforzar el llamado a recibir esta vacuna). Sin embargo, no es tan efectiva para cortar el contagio. (50 a 67% de efectividad). Esto incrementa el riesgo de que el virus se convierta en endémico. Dado lo anterior es necesario pensar rápidamente en la necesidad de implementar una tercera dosis de Sinovac o incrementar gestiones para importar vacunas Pfizer o Moderna, que tienen una efectividad del 95% para prevenir el contagio sintomático y que probablemente dan mayores posibilidades de eliminar  el virus.

 Al mismo tiempo, es fundamental mejorar la trazabilidad. Uno de los elementos más críticos de esta sigue siendo la entrega de los resultados de los exámenes PCR que demora entre  24 horas y varios días. Es clave, en este sentido, potenciar una estrategia basada en test de antígenos (de calidad y adecuadamente certificados), un examen que detecta partículas del virus en las secreciones nasales. Este test es más barato, tiene buena capacidad para detectar al coronavirus (sensibilidad 80%, especificidad 98%) y su resultado demora menos de 30 minutos. Del mismo modo, es clave proveer de recursos económicos permanentes vía ley de presupuesto -no solo asignaciones de emergencia- para que los consultorios puedan realizar trazabilidad, toma de exámenes y vacunación, sin dejar de lado control de pacientes crónicos.

 Por último, esta estrategia requerirá mantener un control estricto de fronteras y reforzar escasa capacidad de secuenciar variantes que tenemos hoy en día. Una estrategia de Cero Covid es difícil de lograr, pero no imposible. Ya sin vacunas países como Nueva Zelanda pudieron lograrlo. No optar por una estrategia de Cero Covid-19, es, en la práctica, elegir desangrarnos todos los años y pretender salvarnos con transfusiones. Se puede vivir así, pero no es la vida que queremos.

Por Juan Carlos Said, Fundación América Transparente