Dentro de las reformas que se plan­tean como necesarias para dismi­nuir desigualdades sociales, la re­forma de la estructura del financiamiento del sistema de salud asoma como priori­taria. En el origen de las desigualdades en el acceso a la salud está un financiamiento a todas luces injusto e inequitativo. Así, el gasto que se realiza en el beneficiario promedio del Fondo Nacional de Salud (Fonasa) es al menos un 30% menor al que se realiza en los usuarios del sistema de isapres, aunque los primeros son noto­riamente más costosos, producto de su mayor edad, una mayor proporción de mujeres en edad reproductiva y su peor estado de salud.

La forma evidente de evitar el descre­me del mercado es la instauración de un Seguro Nacional de Salud que mancomu­ne las contribuciones de todos los afilia­dos, más el aporte fiscal para cubrir indi­gentes y personas de menores ingresos. Este seguro universal, permitiría solidari­zar ingresos y riesgos sanitarios, para cu­brir un Plan de Salud Universal amplio de beneficios. Entonces, este seguro tendrá la posibilidad de que prestadores priva­dos se incorporen a la red de atención en todos los niveles de la atención para ga­rantizar el acceso. Las personas que de­seen seguir consultando de forma prefe­rente en prestadores privados fuera de la red, y tengan la posibilidad, podrían con­tratar seguros privados de segundo piso que suplementen las prestaciones del Se­guro Nacional. Un siste­ma de esta naturaleza permitiría potenciar las eficiencias de los asegu­radores públicos (más baratos de administrar y más equitativos vertical y horizontalmente) y las de los prestadores priva­dos (mayor flexibilidad para adaptarse a las ne­cesidades de las perso­nas).

“La forma de evitar el descreme del mercado es la instauración de un Seguro Nacional que mancomune las contribuciones de todos los afiliados”.

Esta idea es resistida por ciertos sec­tores de la derecha, que temen que un asegurador único derive rápidamente en un solo prestador único estatal. Esto, ciertamente, es una exageración, como lo muestran los sistemas de administra­ción universal pública del Reino Unido, Canadá, Corea del Sur y Australia, entre otros. En ellos, los usuarios tienen liber­tad para atenderse en distintos prestado­res, con restricciones basadas en crite­rios sanitarios, discutidas democrática­mente.

Para que esto sea viable en Chile, se necesita una profunda reforma en el sis­tema de salud. Aunque más del 80% de la población en Chile parecería tener un “seguro único”, su fun­cionamiento es defi­ciente. No puede pen­sarse que el actual Fo­nasa sin cambios sus­tantivos podría ser la base sobre la que se construya el Seguro Na­cional de Salud para Chile. Este nuevo ente debiera ser autónomo, libre de captura política y que responda directa­mente a la ciudadanía. Debe así mismo potenciar su capacidad con una agencia de evaluación de tecnologías sanitarias, que permita que aquello que el asegura­dor financie sea lo más eficiente en el mercado, a un costo razonable.

Cristóbal Cuadrado, Guillermo Paraje, Juan Carlos Said

*Esta columna fue publicada en el diario La Segunda el 29/01/2020