Recientemente, el gobierno suspendió el programa de Becas Chile, un programa destinado a la formación de capital humano avanzado, que permite formar a chilenos en magíster y doctorados en el extranjero. Se ha justificado esta decisión en la reducción de los ingresos del Estado producto de la pandemia. Lo anterior ha puesto nuevamente en discusión si es necesario que Chile continúe invirtiendo en la formación de científicos, sobre todo ahora que viviremos un período de mayor pobreza.
La respuesta es sí, es necesario. Examinemos.
Antes de la pandemia, el 20% del país vivía en situación de pobreza, evaluada por indicador multidimensional. Si bien la crisis sanitaria ha generado más pobreza, en lo fundamental solo ha sacado a la luz las realidades que no queríamos ver: la de los chilenos que viven hacinados, en zonas contaminadas y sin un transporte público digno, entre otras.
Sin embargo, la idea de que porque somos pobres no podemos invertir en investigación y desarrollo, y tenemos que suspender nuestro programa de Becas Chile, es, por el contrario, la receta para seguir siendo pobres, siempre. Guardando las proporciones, y en términos simples, es como si una familia, al momento de enfrentar una crisis, decidiera para reducir costos dejar de mandar a sus hijos al colegio, en vez de recortar otros gastos superfluos.
Nuestra situación en investigación y desarrollo, antes de la suspensión de Becas Chile, ya era lamentable. Somos el país de la OCDE que gasta el menor porcentaje del PIB en este ítem (0,36%) y el con el mayor porcentaje de población adulta con baja calificación técnica (55%). Más aún, en el mismo grupo de países, somos el que tiene menor número de personas con un grado de doctorado. El resultado de esto es el esperado: la mitad de nuestras exportaciones son solo recursos primarios, como el cobre, con poca generación de valor agregado. Somos un país que vive en el siglo XXI, pero con una matriz productiva en base a la extracción de recursos naturales propia del siglo XIX.
Esta pobreza de capital humano avanzado se ha visto reflejados en esta pandemia. No tenemos capacidad para desarrollar vacunas, ni suficiente capital humano destinado a investigar y caracterizar la pandemia y generar desarrollos tecnológicos locales, que den respuesta a los problemas específicos que ha generado el Coronavirus en Chile. Especialidades que hoy en han resultado ser críticas, como la epidemiología, salud pública, informática médica o virología, justamente aquellas que son menos rentables, y por tanto menos probable que los alumnos puedan estudiarlas en Chile o en el extranjero con créditos bancarios. Esto se debe a que aún cuando el retorno social de estas especialidades es elevado, el retorno en términos de salarios no siempre lo es. Por lo tanto, sin un programa de becas, estudiar éstas y otras ciencias a un nivel avanzado, para dedicarse a la investigación, se hace imposible.
Por otra parte, resulta insostenible creer que no hay otras formas para el Estado de ahorrar. El programa Becas Chile en el extranjero cuesta 12.000 millones de pesos. Los millonarios desfalcos en Carabineros y el Ejército han costado 36.000 millones de pesos. Es difícil pensar que en instituciones donde cifras de esa magnitud pueden ser dilapidadas en viajes o en apuestas en un casino, no haya posibilidades de ahorro, que permitan no recortar el gasto en investigación y desarrollo.
Nadie niega que el programa de Becas Chile necesita mejorías. Que debería promover líneas de investigación prioritarias, o que necesita integrarse más con las necesidades de las universidades y asegurar proyectos de retorno que permitan continuar en Chile, con la línea de investigación desarrollada en el extranjero. Por otra parte, si bien es cierto que actualmente muchas universidades tienen cerrados sus procesos de admisión en el extranjero, los recursos pudieron perfectamente reorientarse al desarrollo de capital humano en Chile, donde diversas universidades ya tienen programas de doctorado o magíster que apuntan a nuestras necesidades de desarrollo.
Chile está en una encrucijada, en que debe priorizar lo urgente: dar auxilio a las personas en situación de pobreza en esta pandemia. Sin embargo, no podemos dejar de lado lo importante: mantener el esfuerzo para crear políticas que nos permitan, en el largo plazo, superar la pobreza a través de la investigación y el desarrollo, y poner fin a nuestra frágil e insostenible dependencia de la extracción de recursos naturales.
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